Clínica
La edad de presentación de los primeros síntomas suele ser entre los 7
y los 15 años de edad, dependiendo de la población estudiada, pero puede
aparecer desde las primeras etapas de la vida. Antes de la década de los
80, un muy elevado número de casos se descubría durante una
descom-pensación, moderada o grave, del proceso diabético inicial, la
cetoacidosis. En la actualidad, el índice de sospecha del diagnóstico
temprano se ha elevado considerablemente, de forma que es ya usual el
establecerlo antes de que ocurra la descompensación metabólica.
Las características clínicas que resultan de la hiperglucemia, son:
poliuria, polidipsia y nicturia; visión borrosa. El decremento del
energético disponible para sustentar los diversos procesos, provoca
pérdida de peso, disminución de la fortaleza corporal y polifagia, y si la
deficiencia de insulina o de su aporte sustitutivo se prolonga o se
acentúa, aparecen deshidratación y acidosis. Los signos clínicos incluyen
la resequedad de las mucosas, la disminución de la turgencia de la piel y
la reducción de la masa de tejidos muscular y subcutáneo. Estos síntomas y
signos, más la presencia de hiperglucemia, confirman el diagnóstico. Otros
criterios que ratifican la existencia de diabetes dependiente de insulina,
son los cuerpos cetónicos en la sangre y en la orina, y, fundamentalmente,
la disminución o ausencia de péptido C.
Cuando los niños exhiben síntomas vagos, imprecisos, no
característicos, con ausencia de hiperglucemia, o cuando se identifica una
glucosuria aislada sin elevación correspondiente de las tasas de glucosa
sanguínea, está indicada la prueba de tolerancia a la glucosa.
Convencionalmente, se sugiere una carga de 1.75 g de glucosa por kilogramo
de peso corporal ideal, hasta un máximo de 75 g. Sin embargo, el Grupo
Internacional para el Estudio de la Diabetes en el Niño y en el
Adolescente ha propuesto la dosis de 45 g por metro cuadrado de superficie
corporal. 32
La asociación de síntomas y signos típicos con elevación de la
glucemia, bien basal (en ayunas) o a las dos horas después de la ingestión
de alimentos, confirma el diagnóstico (Cuadro 3).
Cuadro 3. Criterios
diagnósticos para la clasificación de la diabetes mellitus y la
intolerancia a la glucosa en niños y adolescentes |
Insulino dependiente (tipo I) Síntomas típicos:
glucosuria, cetonuria, GP al azar > 200 mg/dl
Insulino-independiente (tipo II) GP en ayunas > 140
mg/dl o GP > 200 mg/dl a las 2 horas de TTOG, en más de una
ocasión y sin factores precipitantes
Otros tipos Criterios de diabetes tipo I ó II en
síndromes genéticos, tratamientos farmacológicos, enfermedades
pancreáticas u otras causas conocidas de DM
Tolerancia alterada a la glucosa GP en ayunas < 140
mg/dl, y a las 2 horas de TTOG de 140-199 mg/dl
Diabetes gestacional Dos o más valores superiores a lo
normal tras TTOG (100 g de glucosa). Se consideran valores
anormales: ayunas > 105; 60' > 190; 120' > 165 y 180' >
145 mg/dl
Riesgo estadístico aumentado Ver texto
Alteración previa de tolerancia a la glucosa TTOG
normal pero TTOG previa anormal, hiperglucemia espontánea o diabetes
gestacional
Alteración potencial de tolerancia a la glucosa
Progresión a DM: gemelos univitelinos, presencia de ICA
GP = Glucemia en plasma de sangre venosa TTOG = Prueba de
tolerancia oral a la glucosa ICA = Islet cell antibodies
|
Los criterios de la Organización Mun-dial de la Salud, aparecen en el
cuadro 4. 3
Cuadro 4.
Criterios de la OMS para el diagnóstico de diabetes mellitus y de
alteración de la tolerancia a la glucosa |
mg/dl (mmol/l) |
|
Muestra sanguínea |
Plasma |
|
venosa |
capilar |
venoso |
capilar |
Diabetes |
Ayuno |
>= 120 (6.7) |
>= 120 (6.7) |
>= 140 (7.8) |
>= 140 (7.8) |
Dos horas después de 75 g de glucosa |
>= 180 (10.0) |
>= 200 (11.1) |
>= 200 (11.1) |
>= 220 (12.2) |
|
Prueba de tolerancia a la glucosa alterada (vía
bucal) |
Ayuno |
>= 120 (6.7) |
>= 120 (6.7) |
>= 140 (7.8) |
>= 140 (7.8) |
Después de glucosa |
120-180 (6.7-10) |
140-200 (7.8-11.1) |
140-200 |
160-220 (9.9-12.2) |
Curso clínico
Una vez que se han revertido las alteraciones metabólicas por la
terapéutica insulínica, es común que se inicie un periodo de remisión,
presente en dos tercios de los niños con diabetes tipo I al principio de
la enfermedad; se conoce como la etapa de la "luna de miel". Se
caracteriza porque, con relativa facilidad, se alcanza un buen control
metabólico, los requerimientos de insulina disminuyen considerablemente, y
no hay síntomas de diabetes. Es un período de mejoría de la producción
insulínica por el páncreas, evidenciado por la positividad del péptido C.
El Grupo Internacional para el Estudio de la Diabetes en Niños y
Adolescentes,32
lo define como un período sin síntomas, con requerimientos de insulina de
menos de 0.5 unidades por kg de peso por día, con glucosuria mínima por
más de cuatro semanas. Es un lapso transitorio cuya duración depende de la
edad, el sexo y el tiempo que transcurrió sin tratamiento, así como la
gravedad al momento del diagnóstico. Es más frecuente en el sexo masculino
y se presenta de preferencia en los niños que no llegaron a cetoacidosis.
Se sabe que manteniendo la terapia con insulina, las células beta
experimentan una fase de reposo; es por ello que se recomienda sostener la
insulinoterapia -aunque en dosis mínimas-, aun en personas que
aparentemente no la requieran. Durante la fase de remisión, tanto la
tolerancia a la glucosa como la respuesta insulínica permanecen
subnormales. Cuando termina el período de remisión, se manifiesta un
rápido incremento en las necesidades de insulina; con frecuencia el final
de este período se precipita por un estrés intercurrente (infección,
alteración emocional, etc.), como resultado de la secreción elevada de
hormonas contrarreguladoras. El aumento brusco en los requerimientos de
insulina, se asocia con frecuencia a la aparición de los fenómenos
conocidos como dawn (amanecer) y Somogyi.
El fenómeno dawn, se define por una concentración elevada de la glucosa
en las horas del amanecer, aunque puede presentarse entre las 5 y las 10
a.m. No es precedido por hipoglucemia nocturna. La patogénesis de esta
hiperglucemia del amanecer se ha relacionado con la elevación de la
secreción de la hormona del crecimiento durante el sueño, que, por otra
parte, es particularmente elevada en los adolescentes. Además,
precisamente alrededor de las 5 a.m. la hormona adrenocorticotrófica
(ACTH) se encuentra en los niveles más altos del día, con el
correspondiente pico máximo en la secreción de cortisol unas dos a tres
horas después.
El efecto Somogyi se define como un periodo de hiperglucemia precedido
de hipoglucemia; se piensa que es debido a cierta resistencia a la
insulina provocada por las hormonas contrarreguladoras secretadas durante
el momento en que la glucosa está baja.
La pérdida de peso se debe atribuir al aumento en el catabolismo y a la
eliminación de glucosa por la orina. Hay que tener presente que cada gramo
de glucosa aporta cuatro calorías, y la cantidad de gramos de glucosa
contenidos en cada litro de orina del diabético antes de la terapéutica,
es enorme.
A diferencia de lo que ocurre en el adulto, la polifagia no es común en
los niños y los adolescentes cuando inician la sintomatología; es más, la
cetosis suele acompañarse de anorexia. Con frecuencia manifiestan
irritabilidad, cambios de conducta, astenia y baja del rendimiento
escolar.
Estabilización
Cuando el diagnóstico de diabetes mellitus tipo I se establece antes de
que el paciente llegue a cetoacidosis, es conveniente iniciar el
tratamiento domiciliario. Se evita el impacto emocional de la
hospitalización, las modificaciones a las costumbres de la familia, y, en
la medicina privada, el fuerte gasto que ocasiona el proceso. Sin embargo,
el trauma psíquico para los padres y los parientes cercanos, es
descomunal; puede conducir a disfunción familiar y hasta ruptura.
Súbitamente se exige a los responsables del pequeño paciente que se
familiaricen con procedimientos que para la gran mayoría habían, hasta
entonces, sido totalmente ajenos: manejar apropiadamente los dispositivos
para medición de glucosa capilar (aunque suficientemente simples de
operar, en esos angustiosos momentos de la crisis inicial parecen
complicadísimos); aplicar inyecciones subcutáneas o intramusculares para
cuya ejecución jamás habían recibido preparación alguna; efectuar análisis
de cuerpos cetónicos; llevar minucioso registro de cada procedimiento;
decidir la alimentación que habrá de prepararse, y que casi todos los
padres (en especial las madres) están convencidos de que será radicalmente
diferente de la que hasta ese momento habían acostumbrado. Tratar de
mantenerse fuertes, de no sucumbir ante la abrumadora avalancha de
opiniones opuestas de individuos cercanos a la familia que se enteran del
problema (no digamos ya de los médicos no especializados que se consultan
en estos casos y que sienten la obligación de dar algún consejo, por
descabellado que sea).
El deber del médico tratante es el de sopesar estas disímbolas
circunstancias, conversar ampliamente con los padres o con los
responsables del niño, y alcanzar una decisión sobre la conducta a seguir.
Las ventajas de la hospitalización inicial son muy grandes: la
responsabilidad de los detalles de la terapéutica recaen en el equipo de
salud, con participación de enfermeras, médicos residentes y
especialistas, nutriólogos, quizá psiquiatras si el caso lo amerita,
trabajadores sociales. La familia en conjunto tiene mayor oportunidad de
irse amoldando a la nueva circunstancia, de adquirir conocimientos a su
propia, conveniente velocidad.