Ser apolítico es una postura que, aunque puede parecer atractiva para algunos, es inherentemente problemática y difícil de sostener en un contexto social y político dinámico. La apoliticidad implica una desconexión con las decisiones y procesos que afectan la vida cotidiana, lo que puede llevar a una falta de conciencia sobre las injusticias y desigualdades que existen en la sociedad. En muchos casos, optar por no involucrarse en la política puede interpretarse como una forma de resignación o aceptación del status quo, lo que a menudo perpetúa sistemas opresivos y limita la posibilidad de cambio. Además, la política no se limita únicamente a las acciones de los gobiernos; abarca también la lucha por derechos, la defensa de libertades y la búsqueda de justicia social. Al ser apolíticos, los individuos pueden perder la oportunidad de influir en las decisiones que afectan su comunidad y su entorno, lo que puede resultar en una mayor marginación y descontento. En contextos donde la política está tan entrelazada con la vida diaria, como en Cuba, ser apolítico puede significar renunciar a la voz y al poder que cada persona tiene para generar un impacto positivo. Por lo tanto, aunque sí es posible adoptar una postura apolítica, esta elección conlleva riesgos significativos y puede contribuir a la perpetuación de sistemas injustos, haciendo que la participación activa y consciente en la política sea no solo una responsabilidad, sino también una necesidad para el desarrollo de sociedades más justas y equitativas.