En el mundo académico contemporáneo, la obra de Ernesto Guevara todavía no ha alcanzado el escalón que supera la del guerrillero consecuente, la del dirigente revolucionario, con la del científico de su tiempo.Mucho, aunque no agotado, se ha escrito de sus aportes a la teoría y prácticas en la construcción del socialismo y en la formación del llamado hombre nuevo en las condiciones de un país tercermundista y subdesarrollado como Cuba en la década de los 60 del pasado siglo XX.Sin embargo, entre los intelectuales, incluso de la izquierda, no existe consenso en asumirlo entre los exponentes de la variante marxista latinoamericana y dentro de ésta a la variante crítica del marxismo.Para algunos, no pasa de ser un verdadero ícono de las luchas de emancipación en cualquier rincón del mundo; dirigente político, hombre de acción y de ideas revolucionarias. Hereje también, como en su tiempo catalogaron a Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci. Che analizó el marxismo en América Latina, un continente alejado de la Europa de sus orígenes, bajo una forma peculiar de hacer filosofía, presto a resolver necesidades acuciantes en el desarrollo de los pueblos del subcontinente. Antes de convertirse en Che, el joven Ernesto fue un ávido estudioso de cuanta buena literatura encontrase en la biblioteca de su casa. Fruto de esas lecturas comenzó a escribir, con sólo 17 años, unos apuntes que fueron conformando su propio “Diccionario Filosófico”.